Las visitas
Hacia lo inmenso de todo lo inmenso, la blancura del sol formaba una sola masa con la blancura de la tierra. Más allá, se alcanzaba a ver el pueblito chato. Acá, algo alejado del pueblo, estaban los socavones a media ruina de la escuela abandonada. En uno de los socavones vivía doña Carmelita. Socavón por medio vivíamos nosotros, lo demás era soledad. A su socavón, doña Carmelita, lo había transformado en ofrendatorio con olor a santidad de paraíso. Los murallones descascarados estaban tapizados de estampas santas, ramas secas de olivo, una virgen de yeso a la que le faltaba un brazo, cabecitas de ángeles con alas en las sienes; a la cabecera de su catre de fierro, colgaba un Cristo y un gallo belicho con el pico abierto lo mismo que si estuviera cantando. Contra la pared de afuera, tenía un gallinerito hecho de algunas tablas y un pedazo de alambrado viejo que le trajo el hijo. Ese gallinerito, desmerecido y flacuchòn como era, no dejaba de aliviarle algunos días de necesidad, mas el placer de sentirse dueña de algo. Antes del primer canto del gallo, murmuraba un rezo. En su avanzada vejez vivía agradecida de muchas cosas: de estar viviendo tanto, de que no le faltara un mate cocido en que mojar pedacitos de pan duro, de poder caminar apoyada en una ramita firme de retamo con curvatura en el puño que le había hecho su hijo. Solo tenía una sola vergüenza que a lo mejor podía ofender a Dios porque consideraba que contenía algo de egoísmo. El hecho era que estaba orgullosa de que su hijo ya cincuentón, le hubiera nacido algo fallo de la mollera, atontado como quien dice, lo que la hacía dueña de un niño eterno que solo le pertenecía a ella hasta su último suspiro. Además, contaba a quien quisiera que Dios al haberle dado un hijo así, más que agravio, le había otorgado una gracia que solo le es otorgado a seres celestiales, y esto lo certificaba el hecho de que nunca conoció mujer, y que su hijo era casto de toda castidad, como lo son los santos, los ángeles y los arcángeles. Para más dicha, un domingo volviendo de misa, le confió a mi madre con el rostro iluminado que el cura acababa de venderle un terrenito en el cielo a pagar en mensualidades por pocas monedas. Mi madre la abrazó como quien sostiene en sus brazos a la eternidad. Le dijo que se alegraba infinitamente. Para ese tiempo mi madre era apenas una muchacha, y doña Carmelita era su única amiga en aquellas soledades.
2015
Estés donde estés
El sol destellaba sobre el techo del
alero blanqueado a
cal. Bajo el alero, las sombras
se veían azules. Al alero lo sostenían dos piezas de adobe. El patio era de tierra, con algunos frutales
centenarios… Yo no sé porqué estoy contando esto ahora, sesenta y cinco años después… El perfume de yerbas y flores aromosas se metía por todos los rincones. Las había plantado doña Berta, mi tía abuela,
a agachadas y pasos lentos,
y mientras plantaba parecía a
veces como si estuviera rezando... El
aroma de flores, mentas y poleos, todavía me anda por los pulmones y me llega
hasta los ojos..Muy de vez en cuando,
algunas vecinas solían llegar a comprar flores para sus muertos. Si el muerto era reciente, daba su
pésame; si era antiguo, cruzaban un par
de frases recordatorias sobre el difunto.
El ritual de las visitas, ocurría
cada mes y medio y por la tardecita. ..era
un día especial que les hacía sentir un
regocijo sutil algo licencioso, pues quebrantaba sus vidas austeras…Ese
día, doña Berta acortaba la siesta,
y con el sol quemante, entreabría la puerta de su pieza oscura, y
quedaba unos instantes
mirando el patio con ojos heridos
por el resplandor. Después, pensando que al atardecer llegarían las visitas,
comenzaba el lento ritual de las
visitas…Es como si la estuviera viendo…llegaba
hasta la canilla de agua, se mojaba la
cara y humedecía el cabello, se secaba el rostro y, tomando el balde regaba
todo el espacio bajo el alero; después comenzaba
un barrido pulcro, placentero, gustoso…yo diría, ceremonial. El alero entonces, olía a flores y tierra
mojada.. ..Una vez barrido, colocaba sobre la mesita redonda de mimbre
una carpeta de piola blanca
inmaculada tejida por ella. Sobre
la carpeta colocaba mate, yerbera, un plato con tres tortitas al rescoldo, y en
un florerito de vidrio morado un ramito de de flores frescas. Se colocaba un batoncito de florcitas lilas,
se maquillaba las mejillas con polvo de arroz, colocaba la pava sobre el
brasero de tres patas, y mirando
las flores del patio se sentaba aquietada a esperar el instante en que oiría golpear las manos…el instante llegaba…Con sonrisa anhelosa
caminaba hasta la puerta chueca que daba a la calle; abría, y frente a ella, aparecían las
esperadas: una señora muy flaca y alta,
y la otra baja con la boca pintada...
con suave sonrisas se daban las buenas
tardes…caminaban hacia abajo el alero, se sentaban rodeando la mesa, y
comenzaba el gozoso ritual del encuentro con charlas
íntimas, de sucesos a veces
felices, a veces luctuosos, con suspiros
de: ¡No me diga usted..! ¡Pero qué barbaridad..! …¿Vio que se está
viniendo el otoño..? Esto ocurría una vez cada mes y medio.
Una de las vecinas vivía a treinta
metros, la otra a una cuadra. El pueblito era chato, de humildad extrema como nosotros, con
frentes de adobe, y gente de antiguos recatos. Todo olía
a menta.
2016
Hacia lo inmenso de todo lo inmenso, la blancura del sol formaba una sola masa con la blancura de la tierra. Más allá, se alcanzaba a ver el pueblito chato. Acá, algo alejado del pueblo, estaban los socavones a media ruina de la escuela abandonada. En uno de los socavones vivía doña Carmelita. Socavón por medio vivíamos nosotros, lo demás era soledad. A su socavón, doña Carmelita, lo había transformado en ofrendatorio con olor a santidad de paraíso. Los murallones descascarados estaban tapizados de estampas santas, ramas secas de olivo, una virgen de yeso a la que le faltaba un brazo, cabecitas de ángeles con alas en las sienes; a la cabecera de su catre de fierro, colgaba un Cristo y un gallo belicho con el pico abierto lo mismo que si estuviera cantando. Contra la pared de afuera, tenía un gallinerito hecho de algunas tablas y un pedazo de alambrado viejo que le trajo el hijo. Ese gallinerito, desmerecido y flacuchòn como era, no dejaba de aliviarle algunos días de necesidad, mas el placer de sentirse dueña de algo. Antes del primer canto del gallo, murmuraba un rezo. En su avanzada vejez vivía agradecida de muchas cosas: de estar viviendo tanto, de que no le faltara un mate cocido en que mojar pedacitos de pan duro, de poder caminar apoyada en una ramita firme de retamo con curvatura en el puño que le había hecho su hijo. Solo tenía una sola vergüenza que a lo mejor podía ofender a Dios porque consideraba que contenía algo de egoísmo. El hecho era que estaba orgullosa de que su hijo ya cincuentón, le hubiera nacido algo fallo de la mollera, atontado como quien dice, lo que la hacía dueña de un niño eterno que solo le pertenecía a ella hasta su último suspiro. Además, contaba a quien quisiera que Dios al haberle dado un hijo así, más que agravio, le había otorgado una gracia que solo le es otorgado a seres celestiales, y esto lo certificaba el hecho de que nunca conoció mujer, y que su hijo era casto de toda castidad, como lo son los santos, los ángeles y los arcángeles. Para más dicha, un domingo volviendo de misa, le confió a mi madre con el rostro iluminado que el cura acababa de venderle un terrenito en el cielo a pagar en mensualidades por pocas monedas. Mi madre la abrazó como quien sostiene en sus brazos a la eternidad. Le dijo que se alegraba infinitamente. Para ese tiempo mi madre era apenas una muchacha, y doña Carmelita era su única amiga en aquellas soledades.
2015
Estés donde estés
…Estés donde estés, me haría mucho bien verte y hablar con vos. Me haría
desesperadamente bien. No sabes el bien que me harías. Últimamente no paro de
pensar en vos. Yo no sé qué es esta cosa que a veces se me vuelve desesperación
de necesidad de verte. Esta cosa es cada
vez más fuerte. A veces es tan fuerte
que hasta me duele el pecho, y me duele mal, pero mal de mal. Otras veces me digo: ¿Me estaré
enfermando? Pero no; no es eso, son los recuerdos. Son tus recuerdos. Sos vos,
Negra querida. ¿Te acordàs cuando te metía en la locomotora y lo primero que hacías
era abrirme la camisa y olerme el pecho hasta que se te corrían las lágrimas y
no había forma de pararte el llanto? Lo que vivíamos, más que vida, era un sueño. Cuantas locuras, ¿no
Negrita? El dolor del pecho, es por vos.
Nada más que por vos, Negra; porque si yo me pongo a pensar, a pesar del tiempo
y todo, la verdad es que estoy fuerte; y también me doy cuenta que cuando no pienso en vos, el
pecho no me duele. Hablando del dolor del pecho, los otros días fui a darle una
mano a Juancito; vos te has de acordar de él que era fogonero en esas locomotoras de antes, esas que andaban a vapor; yo te lo presenté un día. Para entonces Juancito
ya era algo viejón; un flaco, que para reírse
se tapaba la boca porque era desdentado
y vos, así y todo lo querías, y hasta lo llamabas tío porque como sabias que yo nunca te iba a presentar
mi familia , lo tomaste como eso, como familia . ¡Cuánto me querías! Bueno, la cosa es que lo ayudé a levantar una piecita para el más chico de
los nietos que se casa dentro de unos meses. Sudè como perro, y ni
lo sentí. Y el pecho no me dolió. Por eso te digo que lo del pecho es por vos,
y que yo estoy bien. ¿Qué te parece lo de Juancito que ya tiene nietos casados?. ¡Cómo ha pasado el
tiempo, Negra! Hablando de eso, hoy si
me vieras no me reconocerías. Sigo teniendo algo de pinta, no te digo que no; pero se me ha achicado el cuerpo; he quedado flaquísimo, arrugado, y se me ha caído
casi todo el pelo; me quedan cuatro mechas canosas que me las he dejado crecer larguísimas, y me las ato con una gomita de esas que usan las
mujeres; son de esas gomitas que también se ponen los pendejos de ahora que tienen el pelo largo.
Boludeces como para no sentirme tan viejo,¿No? Y te cuento esto porque vos siempre me
quisiste fuera como fuera. ¡Que manera de quererme, Negra! Te cuento también que
me jubilé, así es que desde hace un tiempo me sobran las horas y se me ha dado
por ir a perder el tiempo por cualquier parte, plazas, calles, por cualquier parte.
Los otros días me rechiflé y fui a parar
al bar La Paz en
la calle Corrientes porque me acordé que
ahí a veces van artistas. ¿Por qué carajo me vino ese berretín, no lo sé. La cuestión
es que fui y me senté, pedí un café y me quedé mirando para la calle ;
pero yo sentía que muchos ahí adentro , mientras me miraban , pensarían : este debe ser un artista . Yo digo que
eso lo pensarían por el pelo canoso y larguísimo que me llega hasta la cintura,
, y también un poco por lo flaco. Después
que salí y caminé unos pasos, me puse a
pensar que me estaba poniendo un poco
pelotudo, porque mientras estuve sentado ahí adentro llegué a sentir una
sensación calentita, como la que a lo mejor sentirán los que son artistas. Qué
se yo, Negra. Pero volviendo a lo nuestro; como imaginaras, yo sigo siempre aquí, en Paso del Rey. Claro que para vos,
nombrarte Paso del Rey es algo así como
nombrarte un fantasma, un hormiguero de misterios, un laberinto de calles y tumultos de gente entre las
que me buscabas sin poderme hallar. Si me habrás buscado. ¿Y dónde
me ibas a encontrar si yo era casado y nunca te di la dirección . Vos me comprendes,
mi vida. Mirà si un día te aparecías y tenía un
requilombo con mi mujer. Además, para ese tiempo, con mi mujer ya teníamos dos pibes. Yo eso te lo conté, lo de
los pibes, digo. Si, te lo conté. ¡Cómo ha pasado el tiempo, mi amor! Los chicos se casaron y se fueron a vivir por
su cuenta. Una vez por semana mi mujer va a visitarlos y se pasa el día con ellos.
Ese es el día más feliz de mi vida. Ese día
te lo dedico a vos, todas las horas para vos. Al quedar a solas busco el recorte del diario con el asunto ese
que ocurrió después que yo te abandoné. Desde ese tiempo lo tengo escondido, y lloro como un hijo de puta, lloro sin
consuelo. Estoy casi seguro que ni vos
misma supiste nunca que saliste en un diario porque se ve en la foto, y el
diario también lo dice, que se te había ido la razón, que estabas loca; y en
medio de policías, rieles, y gente con cara de asombro, te iban bajando de la
locomotora, y vos gritabas: -…Déjenme, yo solo quiero ir a Paso del Rey donde vive el
Negro. Déjenme; yo sé manejar la locomotora; yo lo que quiero es ver al Negro… –
Así dice en el diario que gritabas, y está tu foto y el del policía que te
abraza tratando de arrancarte del último peldaño de la locomotora, y gente
mirando, y vos con los brazos
desesperados. Está todo en el diario. Solo yo sé que eras capaz de manejar la locomotora
porque yo mismo te enseñé en cien viajes en los que nos matábamos de amor. ¡Y la
moviste; cien metros, la moviste, Negrita vieja! Yo tuve la culpa de tu
locura porque dejé de verte. ¡Que hijo
de mil putas! Pero no sé si me podrás comprender: es que nunca imaginé
que de amor se podía enloquecer. Desde entonces suelo recorrer esos lugares de
gente que ha perdido la razón. Pero no entro.
Los miro de lejos, desde la vereda. Nunca
logré verte. Y es que hay muchos manicomios.
Muchas veces se me ha hecho la noche apretado el rostro contra las rejas viendo
el ir y venir de los enfermos, y entonces siento que quisiera ser
uno de ellos, que caminan, que van y vienen y
no saben que van y vienen. Quisiera ser como vos, que habrás quedado en
tu locura como los fuegos de las locomotoras. ¡Dios mío, Negrita! Menos mal que
algunas noches cuando me viene tu recuerdo y empiezo a revirarme mal, me voy al
café a charlar con los muchachos, ahí me alivio. Son tres viejos cafetineros macanudos
que saben mucho de la vida. También saben todo lo nuestro porque yo se lo
conté. La otra noche uno me dijo: -Che, y si al fin un día te la encontrás y ella
no sabe quién sos?- Eso me jodió duro y mal. Otro dijo: - ¡Cuantas cosas se nos
van de entre las manos por miedo, y por cagones, ¿no? -A ese le di toda la razón del mundo. Pero anteanoche
el que más me jodió fue Caciano, que de todos es el que más calle tiene, dijo: -Terminala
con lo de la mujercita esa, gil. Si en esos tiempos no te diste cuenta que la
mina era capaz de enloquecer de amor y manejar
una locomotora hasta Paso del Rey para dar con vos, ahora comete el garrón, y cortá el tango, pedazo de
hijo de puta.- Vos me conocés, Negrita; no le bajé los dientes porque ya somos
viejos, y un poco también porque me acordé que Caciano en un tiempo había
tirado los guantes. Pero algún día me la voy a cobrar. Hoy a Caciano, le corté
la amistad, no lo hablo más. Yo sigo igual. Y cuando llega el día que mi mujer
se va a ver a los nietos, siempre sigo sacando el recorte del diario y me
siento a pensar en vos. El día que te encuentre te voy a contar todo esto. Yo
sí creo que aunque hayas perdido la razón, al verme te vas a acordar de mí. Que
he cambiado mucho, es cierto; pero así y todo, sé que te vas a acordar de mi
porque aunque he cambiado mucho, no es
por agrandarme, pero creo que todavía algo de pinta tengo…
2014
Era domingo. Iban cruzando el pueblo en bicicleta. La bicicleta era nueva, sólida, de caños gruesos, pintada de negro reluciente. El, señoreaba sobre ella casi altivo. Pedaleaba suave, casi lento. El hombre era robusto. Le brillaba el pelo negro recién cortado. Vestía traje usado, pulcro. Sobre el caño llevaba sentado un hijo chico. Detrás del hombre, iba la mujer, también robusta, sentada de costado sobre la parrilla; llevaba otro hijo sobre su falta sosteniéndolo con un brazo. También le brillaba el pelo negro abundoso atado atrás con una cinta. Llevaba puesto un vestido de florcitas lilas muy pequeñas. Iban engalanados cruzando el pueblo. Todo en ellos brillaba, la bicicleta, sus cabellos, y la piel morena de sus rostros. Era domingo. ¿Irían a la casa de algún compadre? Se fueron perdiendo lentos entre coches y gentío. Esto pasó hace años; yo siempre presentí que vi a la felicidad sobre una bicicleta.
31/05/2015
La muchacha
En este preciso instante en que la paloma
sobrevuela el almacén de la esquina de mi barrio, lejos de aquí, miles de
mercenarios descargan muerte sobre Siria. En este preciso instante Europa, como
una obesa somnolienta y horrorosa, descansa su fugaz fatiga de haber masacrado
al pueblo de Libia. En este preciso instante en que la paloma se ha aposentado
y camina lenta sobre el techo del almacén, la demencia apocalíptica de EE.UU.
urde desesperadas analogías continentales para decidirse de una vez y caer
sobre el pueblo de Irán. El capital enloquece, la prensa universal
oculta, miente o calla. Lejos de nosotros, lejos de la paloma, lejos
de los hombres y del caos, arriba, muy arriba, el universo y sus planetas
siguen girando en armonías maravillosas.
Y aquí, en
los confines del continente, más propiamente sobre el techo del almacén de mi
barrio, la paloma ha concluido su caminar lento y levanta vuelo perdiéndose en
el cielo. Y yo entrando al almacén penumbroso, advierto tras el mostrador un
suceso luminoso, inconcebible y ajeno a
todos los horrores del planeta: ¡Carlino está enamorado, silenciosamente
enamorado! Un placer manso inunda su
rostro de niño eterno. Carlino está enamorado y tiene razón, la muchacha parece
escapada de un cuadro de Modigliani. El ámbito penumbroso de trastos y bolsas
que la rodea hace más luminosa su imagen tras las rejas del mostrador. Además
usa anteojos finos, lo que le otorga un aura de virginidad académica, imagen
impensada en estas barriadas de changarines,
gorriones y calles de tierra. Carlino
tiene razón. Sus células conmovidas,
tienen razón. Nosotros mismos nos asombramos, los vecinos, hombres y mujeres,
nos asombramos. No corresponde que esté aquí. Causa pudor solicitarle tres
salamines y medio kilo de yerba. Suena a afrenta. Debería regresar a la tela en
que la esbozó Modigliani, o deambular traslúcida por solariegos pasillos
escandinavos. Además es piadosa. Hacen diez días que viene a darle una mano en
el almacén porque Carlino tiene que atender a la madre que está enferma. Carlino
camina turbado. En los cuarenta años que dedicó a atender el almacén y a la
madre, logró tres cosas; crecer con cuerpo de niño gigante , ser virgen, y
poner dos palos de palmeras atravesadas en la vereda para que en los
atardeceres se sienten cuatro o cinco vecinos a tomar cerveza con charlas
triviales y algún chiste picante que le causan incomodidad. Estos atardeceres
rojos dando en los perfiles de los parroquianos, alguna sonrisa, y el paso de algún
carro que suele cruzar por las noches conformaron el paisaje de su vida. Ahora su paisaje está en la muchacha tras el
mostrador, y por instantes lo sobrevuelan tristezas. Lo conozco de muchachito
cuando ayudaba al padre a herrar caballos en la vereda de tierra y la esquina olía
a fragua, yuyos y relinchos de caballos. Para entonces el cuarto estrecho y
penumbroso de la esquina ya era almacén. Lo atendía la madre. De niñito ya tenía
aspecto de angelote de andar patizambo como gringuito recién bajado del barco.
Siempre fue mansamente querible.
Dentro del
almacén y del universo, ha ido pasando suavemente el tiempo. Son las doce de la
noche. Carlino mal duerme en la habitación, gira el cuerpo enredándose en la
frazada. Sueña con la muchacha a temblores. En la otra pieza su madre duerme
distendida en esta remotísima esquina al sur del continente y del planeta. Él
duerme inquieto por los desquicios que produce el amor. La madre duerme
mansamente, distendida, solo con un poco de fiebre. Nunca hicieron mal a nadie.
(2014)
(2014)
Este gallo vecinal
Que canta exactamente a las once y media de la noche
Lo conozco
Me sigue a todos lados
Desde niño
Pertinaz me acecha con su canto
Y a las once y media de las noches traspasa mis tiempos, mis edades y mis rostros...
Y hoy, hombre maduro en un lugar lejanísimo
Al caserón de mi niñez donde oi su primer canto
Vuelvo a oírlo y me sorprendo
Y digo que es cosa de milagro
Pues de aquellas montañas origen de mi niñez y de su canto
A esta ciudad de cables y de aceros
Hay mucha distancia
Quizá treinta galopes
Si se viaja en buen caballo...
¡Son las once y media de la noche, está aquí... canta casi al alcance de mi mano..!
¡Canta luminoso
Como cascadas de estrellas!
¡Me desborda el alma
Me cubre el cuerpo entero con ramajes felices
Arropándome, envolviéndome a cantos
Que llenan mi garganta con aromas a yuyos y a poleos!
Y por un instante me olvido de mi
Y soy niño y viejo y límpido
Dejando a un costado
Como un bulto... al caviloso...
Este gallo vecinal que me alivia y me sigue desde niño con su canto...
Enredará su adolescencia con la de
Que canta exactamente a las once y media de la noche
Lo conozco
Me sigue a todos lados
Desde niño
Pertinaz me acecha con su canto
Y a las once y media de las noches traspasa mis tiempos, mis edades y mis rostros...
Y hoy, hombre maduro en un lugar lejanísimo
Al caserón de mi niñez donde oi su primer canto
Vuelvo a oírlo y me sorprendo
Y digo que es cosa de milagro
Pues de aquellas montañas origen de mi niñez y de su canto
A esta ciudad de cables y de aceros
Hay mucha distancia
Quizá treinta galopes
Si se viaja en buen caballo...
¡Son las once y media de la noche, está aquí... canta casi al alcance de mi mano..!
¡Canta luminoso
Como cascadas de estrellas!
¡Me desborda el alma
Me cubre el cuerpo entero con ramajes felices
Arropándome, envolviéndome a cantos
Que llenan mi garganta con aromas a yuyos y a poleos!
Y por un instante me olvido de mi
Y soy niño y viejo y límpido
Dejando a un costado
Como un bulto... al caviloso...
Este gallo vecinal que me alivia y me sigue desde niño con su canto...
Enredará su adolescencia con la de
ella en la frazada pobre, y haciendo el amor creerá por un
instante que la vida es eso, espasmos y maravillas, ignorando
aún que el tiempo lo despedazará de realidades y
aún que el tiempo lo despedazará de realidades y
despedazado lo hará escribir el siguiente poema:
¡Todos oímos el quejido...!
¡Ay...!
¡Ayayay...
¡Ay...!
¡Ay...!
Todos lo oímos
Todos
¿Quién no lo oye?
¿Quién...?
¿Quién?
¿Quién?
Sale del pantaloncito mojado de orín del niño muerto en Irak
Del niño muerto con los esfínteres reventados y el
pelito aún sucio del polvo de la bomba y el pantaloncito
mojado de orín. Está en la fotografía.
El padre de pie entre los escombros lo sostiene en sus
brazos.
No puede creerlo y el niño está en sus brazos tibio
aun con el pelito sucio del polvo de la bomba eternamente
muerto.
¡Eternamente muerto!
¡Eternamente muerto!
¡Oh, Estados Unidos, ¡bestial masacrador de pueblos!,
¿oyes el quejido del niño?
¡Descastados del planeta! ¡¿Quién no oye el quejido?!
2013
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Y allá arriba está Dios
viejo reñidor
fino al pico
y muy heridor
2014
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Guitarra
¡Quejumbres y alegrías…
Todo lo guardas
Guitarra mía!
¡Y guardas mas aún…
que me conoces
que no hay rincón de mi alma
que no hayas conmovido
con tus voces!
Y cuando me oscurezco
y mi alma se abisma de silencios
y va de demencia en demencia
te rasgueo suave, aleve, para que me alivies y develes
lo que sé que no existe
y aun así me duele.
2010
En desmesura siento
En desmesura
En lindes de locura siento
Y del toro embravecido
Soy el turbión del viento
Que corre por su traquea
Y salgo al espacio hecho bramido.
¡Soy el bramido del toro, sí!
Y costillar de mula
Y código de hormigas
Y de aquel gavilán que se mece en las alturas
Soy sus ojos mirando techos, hombres y silencios…
Y soy temblor de la torcas
Que se oculta en la espesura.
En desmesura.
Y la lagartija ínfima y gris
Que acaba de nacer en el desierto
Soy yo
Y con sus ojos de cristales verdes
Miro en asombro, giro y miro en derredor
El tremendísimo suceso de la vida.
Me salgo de la lagartija, y digo:
En desmesura siento
En desmesura siento
En desmesura
Me abrazo al árbol y soy el árbol
Me abrazo al hombre y soy el hombre
el otro, el abrazado en desmesura!
el otro, el abrazado en desmesura!
A la hora de la siesta
“…Era la hora de la siesta. La muchacha venía caminado por una vereda angosta de tal estreches que al avanzar, debía inclinar a veces los hombros a riesgos de rozar algunos de los troncos de los árboles mal alineados, o las paredes de las casas enjutas. La muchacha era del lugar y al avanzar no advertía que estaba caminando por la vereda mas angosta del mundo. Sencillamente caminaba por la estreches sombreada. La vereda olía a cedrón. La muchacha avanzaba ondulando esquives de árboles y paredes. La vereda y la muchacha olían a cedrón. El aroma de la siesta penetraba su vestido y su paso
La muchacha llegó a la esquina y dobló. La muchacha nunca sabrá que el viejo que se detuvo a mirarla quedó conmovido pues le recordó una cita de amor sesenta años atrás.
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Quien no haya tomado mate amargo
mascando vainas de algarroba...tontito es.
Quien detenido ante una vidriera mirando
El maniquí de mirada bella
No haya derramado lágrimas de amor...tontito es,
Tontito y sin el otro lado.
mascando vainas de algarroba...tontito es.
Quien detenido ante una vidriera mirando
El maniquí de mirada bella
No haya derramado lágrimas de amor...tontito es,
Tontito y sin el otro lado.
Zuhair Jury 24/07/2013
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Cuando se fue a la verde.
Brizuela se fue a los campos
A los campos de La Verde
Al oeste de Luján
Y medio al sur de Mercedes
Fue a beber en descampados
Fogatas de atardeceres
Y extensiones de milagros
Que cruzan pájaros verdes...
Y fue a ver muy asombrado
Como corre el universo
Sobre cielos estrellados...
Fue a la soledad profunda
Que solo se halla en los campos
A mirar la tarde entera
El suceso inconcebible
De una matita de pasto...
Y fue a abrazarse con Dios
Que habita dentro de un árbol
Y sostendrán una charla
Que guardará para siempre
Pues no podrá descifrarla
Aunque de angustia se quiebre…
Y cuando sus sensaciones
Ya se lo lleven muy alto
Queriendo enlazar misterios
Que al hombre le están negados
Con respeto religioso
A de bajar a lo llano
A encontrarse con él mismo
Y con lo que es cotidiano
Y entonando alguna copla
De esas que inspiran los campos
Pedirá perdón a Dios
Por vivir con la sonsera
De querer ir más allá
De los misterios vedados...
y viendo arder el fogón
y estando la pava a mano
Para dejar de pensar
Cargará el mate con yerba
Y dejando en paz a Dios
Se tomará unos amargos
Sentadito en la matera
Pensando que al aclarar
Enlazará la matrera
Que hoy le quedó sin tusar
Por pasárselo pensando
Siempre en las mismas sonseras
zuhair Jury 2-01-14
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Brizuela se fue a los campos
A los campos de La Verde
Al oeste de Luján
Y medio al sur de Mercedes
Fue a beber en descampados
Fogatas de atardeceres
Y extensiones de milagros
Que cruzan pájaros verdes...
Y fue a ver muy asombrado
Como corre el universo
Sobre cielos estrellados...
Fue a la soledad profunda
Que solo se halla en los campos
A mirar la tarde entera
El suceso inconcebible
De una matita de pasto...
Y fue a abrazarse con Dios
Que habita dentro de un árbol
Y sostendrán una charla
Que guardará para siempre
Pues no podrá descifrarla
Aunque de angustia se quiebre…
Y cuando sus sensaciones
Ya se lo lleven muy alto
Queriendo enlazar misterios
Que al hombre le están negados
Con respeto religioso
A de bajar a lo llano
A encontrarse con él mismo
Y con lo que es cotidiano
Y entonando alguna copla
De esas que inspiran los campos
Pedirá perdón a Dios
Por vivir con la sonsera
De querer ir más allá
De los misterios vedados...
y viendo arder el fogón
y estando la pava a mano
Para dejar de pensar
Cargará el mate con yerba
Y dejando en paz a Dios
Se tomará unos amargos
Sentadito en la matera
Pensando que al aclarar
Enlazará la matrera
Que hoy le quedó sin tusar
Por pasárselo pensando
Siempre en las mismas sonseras
zuhair Jury 2-01-14
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Guitarreo en bordonas
Guitarrero
en bordonas
Al son de un gato
Le chasquea
la frente
El mechón
lacio.
Rasguea a
borrasca
Sobre el
diapasón
Yegüas asustadas
Van por el
bordón
Y vuelve al
rasguido
Surero en
el son
Redoblan ramajes
Sobre el
diapasón
Y se oyen
tropeles
En el
arrebol
Furia de
torcazas
Ala en
conmoción
Las manos
del hombre
Sobre el
diapasón
Y el gato
acabó.
2010
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A Don Julián Centella
Brumoso,
En cafetín brumoso
De voces y ginebras
Trasuntado el cuerpo de olores a arrabal.
A cielos ya perdidos
A corralón
A quilombos
A conventillos
En un rincón
En una mesa
Solitario
Pensando
Está el que ya no está.
Julián Centella
Endeble como de tisis, la silueta.
Apuntalada a malvones y geranios.
Enarbolado en labios rojos de diez mil putas que lo besan.
Está por sonreír
Pero no puede
Malandras del arrabal se lo recuerdan
“El puñal del amor es de dos filos.
Pal’ lao que te entregues quedas herido”
Yo te vi nada más que dos veces
Y las dos en el ocaso del hastío
La primera en un teatro en que Piazzola
Ya venía coloreando el tango del ayer con otro estilo
Vos lo sabías
Y a largarle tu bronca habías venido
Y fue un rasguido
El filo de tu voz
Cortando en la mitad el espectáculo
Y en lunfardo rancio carcelario
Apostrofaste y mal deciste
La controversia temporal
Del hoy y del ayer
Y el argumento
De no dejar en vestigio lo que fue origen, Fundamento, amores de chiruzas y malevos
Y alucinado
Empecinado
Defendiste confines de cielos bermellones
Esquinas de almacén y conventillos
Y hasta nombraste a Arolas
Que murió en pelea de rufianes
Al brillo feroz de los cuchillos
Y como gallo
Que se debate en lona ensangrentada
En oratoria de bute apasionada
Te diste el gusto de batir toda tu gesta
En insigne y magistral prosa rimada
“¿Cazas Manú mi chamullo de sotana?
¡Pirá hermano, que la llevas mancada!”
Se hizo un abismo de silencio
El aire se podía cortar con el filo de una uña.
Y ahí estaba Piazzola
Quieto
Como un señor, como un grande
Sin un gesto
Eso sí, parecía inmensamente triste
Y guardaba silencio
Esa fue la primera
La segunda
Fue en una foto
De un diario dominical algo funesto
Se te veía en un camastrón de fierro, rantifuso
Como bien cuadra a quien vivió en ensueño
Como cuadraba a vos
Que fuiste
El gran bardo del arrabal porteño
Y el último y final de los bohemios
Y digo que quizá fuese en invierno
Porque estabas cubierto hasta la barba
Con un grueso acolchado de restazos
Cocidos
Durmiendo.
Mariposa Inerte
Mariposa que el ocho de Abril
Sostuve inerte entre mis manos
Y por la cual casi lloro…
Este es mi patio con olor a bosta de caballo
A humo de tabaco y pollera de vieja
Vuele sobre él su último vuelo
Y sobre mis perros échese a dormir…
Casa de Luján
Casona de frutales bíblicos
Donde no faltó la perita de la Virgen ni el níspero…
Paraíso ínfimo y total
Conmovido en flores
Plantadas por la tía Berta
En mi memoria te tengo, te contengo…
Desde el fondo de las umbrías higueras bajaba el agua por angostos serpenteos humedeciendo mentas y poleos…
Paraíso ínfimo y total, retazo breve en el que cómodo vivía y convivía lo cósmico y lo infinito.
En mi memoria te tengo y te contengo
Te huelo y te recorro a leve por no
Inquietar ni la mas mínima brizna de lo que fue.
Patio de antiguos baldosones pobres gastados a transito de vidas, de
pasos, de palabras y ademanes en los que va mi
madre joven y mi bisabuela hacia la batea
apuntalada en tunas.
Paraíso ínfimo y total a tu patio lo invaden en regreso los fantasmas de
mis perros y en inmensa algarabía me revuelco con
ellos, me revuelco a gritos, a ladridos, en clamor, en
alborozo, y en mi memoria los abrazo, los tengo y los
contengo.
Casona de frutales bíblicos donde no faltó la perita de la Virgen ni el níspero.
Estas en mi memoria y siendo así
¿Quien logrará borrar el paisaje vivido? nadie. Y digo más aún.
digo que cuando como en la tonada “…ya no haya
mas cielo ni tierra…” bagará tu patio con malvones y
perros felices de ladridos sobre el infinito…
La Lagartija
Distante de los hombres
Allá en los desiertos de San Luis
Mas propiamente en la travesía que va de Concarán a Renca.
En la inmensidad de los desiertos
Y al costado de una piedra
Ha nacido una lagartija ínfima y gris.
Permanece inmóvil absorta al costado de la piedra.
Solo sus ojos de un verde inconcebible miran fijos en asombro.
Carece aún del límite de su cuerpo.
Cree que es prolongación del arenal, del chañar, del cielo
Que es total.
Que es universo.
Y teme que de intentar un movimiento se mueva con ella el arenal, los chañares, los cielos
Temiendo permancese
Hasta que un impulso indominable le produce un movimiento
Gira su cuerpo
Mira y advierte que ha quedado desprendida del arenal, de los chañares, de los cielos
Y se echa en asombro a transitar el universo.
Allá, en los desiertos de San Luis
Distante de los hombres
Una lagartija gris.
A mi abuelo
Abuelo cobijador de hijas Y de infinidad de nietos
Amparador de hambres
Bajo el techo de cañas de tu alero
Abuelo de rasgos aindiados
Amasador de pan y encendedor de fuegos
Amor central, horcón en mis recuerdos
¡Madrugador insigne te proclamo!
Y hermano del lucero
Y mesa familiar
Aromada a puchero
Abuelo
Padrillo domestico
De parral y encina
Y gallo alzado al paso de la vecina
Abuelo con una cicatriz de Rémington
que atravesó el cogote de tu zaino
y se durmió en tu pierna...Te traicionó la muerte
En una cama, mansamente
Cuando pedías morir
Por un ideal
Violentamente
Gallo cobijador te llamo
Y luz de mis recuerdos
Te proclamo!
Dibujo de Zuhair en carbonilla de Don Ibrahim Olivera Riquelme , abuelo de Zuhair Jury
La última arrabalera
La última arrabalera
Menuda, octogenaria
Y diabólicamente pintada
Me dijo:
“Tuve muchos amores.
El último fue un gran señor.
La relación duró poco.
Al tiempo me enteré que se había muerto.”
Hizo una pausa, sonrió y agregó: Se murió… ¡Que gil!
…¿En que piensas mujer?
Pienso que en este mismo instante en un lejanísimo charco de Neuquén, se debate un insecto. Pienso si esto el universo lo sabe o si yo soy el universo.